lunes, 26 de agosto de 2019

"Ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo de tu gracia..."

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Trata de ser feliz, de disfrutar el día, aún cuando te parezca 

que no hay motivos mira a tu alrededor o hacia adentro,
siempre hay un recuerdo, una mirada, 
un gesto que pueden cambiar tu día...

Deja todo lo que te preocupa por un instante de lado,

la vida es hoy...no sabemos si hay mañana...
Por eso no te detengas...No te permitas sentirte solo...
En algún lugar siempre hay alguien que está pensando en vos, 
o te está esperando, sólo observa...

Vos podes...La vida siempre nos da motivos para ser felices, 

está en nosotros el saber descubrirlos...
Está en nosotros sentirnos bien, 
dejar a un lado todo lo que nos inquieta
o nos lastima para dar paso a todo aquello que nos enciende y nos motiva...

Sólo por hoy...Sonríe...Sois importante, 

Sos único, no bajes los brazos, no sientas temor..
La vida siempre nos da nuevas oportunidades para ser felices...
Está en nosotros abrirnos a ellas, 
está en nosotros detener la marcha y abrir los brazos para recibir...

Si nos encerramos, si nos detenemos en los problemas,

si nos marginamos, si nos aislamos nada es posible.

Imagina un día feliz...Una vida feliz...Está a tu alcance...

Sólo es cuestión de poner toda la fuerza 
en nuestros pensamientos, 
en nuestros sueños...

El secreto de los triunfadores, 

de aquellos que todo lo logran está en que sienten el éxito 
y se ven disfrutando de los logros antes de obtenerlos...
Imagina lo mejor...lo más lindo...

Cierra los ojos y siéntete un triunfador...
El éxito de tu día y de tu vida dependen de vos.

Autor: Graciela Heger



LA CONFIANZA .

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El ser digno de confianza es un bien altamente estimado. 

Cuando lo tiene, uno es considerado valioso. 
Cuando lo ha perdido, a uno se le puede considerar inservible.

Uno debería lograr que otros a su alrededor lo demuestren

y lo merezcan. Como consecuencia se volverán mucho más valiosos 
para ellos mismos o para otros.

Cumple con tu palabra una vez dada.

Como uno acepta un compromiso o hace una promesa o un juramento,
uno debe hacer que se vuelva realidad. 
Si uno dice que va a hacer algo , debe hacerlo. 
Si uno dice que no va a hacerlo , no lo debe hacer.

El respeto de uno hacia otro está basado , en una pequeña medida, 

en si la persona mantiene o no su palabra.
 Hasta los padres, por ejemplo, 
se sorprenderían de la medida en que desmerecen 
ante la opinión de sus hijos, cuando una promesa no se cumple.

A la gente que cumple con su palabra se le tiene confianza

 y se le admira. A la gente que no lo hace, se le considera irresponsable. 
Aquellos que rompen su palabra frecuentemente, 
nunca obtienen otra oportunidad.

Una persona que no cumple con su palabra puede encontrarse pronto enredada

y atrapada en toda clase de «garantías» y «restricciones»,
y hasta puede encontrarse a sí misma aislada 
de las relaciones normales con otros. 
No hay auto-exilio más completo de los compañeros 
de uno que el dejar de cumplir las promesas una vez hechas.

Uno nunca debería permitir que otro dé su palabra a la ligera.

 Y uno debería insistir en que, cuando se hace una promesa, 
ésta se debe cumplir.
 La vida de uno mismo puede volverse 
muy desordenada al tratar de asociarse 
con gente que no cumple con sus promesas. No es cosa del azar.
fuente; www.encuentra.com


El amor desordenado ciega la esperanza en Dios, que se ve entonces como algo lejano y falto de interés. La legítima aspiración de tener lo suficiente para la vida y la familia, no deben confundirse con el afán de tener más a toda costa. Nuestro corazón ha de estar en el Cielo, y la vida es un camino que hemos de recorrer.Cristo nos enseña continuamente que el objeto de la esperanza cristiana no son los bienes terrenos. Cristo mismo es nuestra única esperanza. (1Timoteo 1, 1).

 Nada más puede llenar nuestro corazón, y junto a Él encontraremos todos los bienes prometidos, que no tienen fin. Los mismos medios materiales pueden ser objeto de la virtud de la esperanza en la medida que sirvan para alcanzar el fin humano y sobrenatural del hombre: No los convirtamos en fines. Nuestra Señora, esperanza nuestra nos ayudará a poner el corazón en los bienes que perduran, ¡en Cristo!

En aquel tiempo exclamó Jesús diciendo: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Si, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.» «Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mateo 11, 25-30).


«Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños.»

Jesús, quieres que me haga niño en la vida espiritual.

El niño pequeño confía en su padre, se apoya en él, le busca cuando se encuentra en necesidad.
Esa debe ser mi conducta espiritual: que confíe en Ti, que me apoye en Ti, que te busque en todo momento.
Entonces te iré descubriendo, conociendo y amando más y más



Yo también voy a conocer a Dios en la medida en que me comporte como hijo de Dios: en la medida en que le trate como Padre en la oración, o que me apoye en Él cuando tengo una dificultad, o que le ofrezca todo lo que hago.
Jesús, por ser cristiano, mi objetivo es parecerme a Ti lo más posible.

Y uno de los aspectos más importantes en los que te he de imitar -porque incluye a todos los demás- es en la filiación divina: el vivir como hijo de Dios.

Por eso es bueno considerar cada día, y varias veces al día, esta realidad: yo soy… ¡hijo de Dios!

¿Cómo me tendré que comportar en el trabajo y en el descanso, en casa y en la calle, ante aquella situación o aquella otra?

Jesús, quieres que me haga pequeño, humilde; que te imite en ese vivir como hijo de Dios.

El sabio y el prudente se encierran en su soberbia o egoísmo, y todo lo espiritual se les oculta.

Pero a mí me has «querido revelar» el secreto de la vida sobrenatural: la filiación divina que me has conseguido muriendo en la cruz.

Jesús, quieres aliviarme de mis fatigas y agobios

¿Cómo es posible que llevando aún más carga, vaya más ligero?

Si la vida tiene ya tantas dificultades, ¿para qué liarme más?

El secreto está en que tu yugo me tira para arriba; no es un peso muerto, sino que es como unas alas que -aunque pesen- me permiten volar.

Jesús, vivir como Tú me enseñas cuesta un poco.

Y, a veces, algo más.

Pero si te sigo en serio, mi vida se llena de sentido -de misión-, y entonces, cualquier esfuerzo vale la pena, y cada sacrificio es un nuevo motivo de gozo interior.

Y ya no me acuerdo del peso de tu yugo, como el ave no se fija en el peso de sus alas, y comprendo perfectamente por qué dices: «mi yugo es suave y mi carga ligera».

Jesús, he de aprender de Ti, que eres «manso y humilde de corazón.»

En el contexto del Evangelio, «aprender» significa adquirir esas virtudes de las que hablas.

Y las virtudes se adquieren con repetición de actos.

Es decir, me pides que haga actos de humildad y mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados.

El soberbio no tiene paciencia con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores.

Ni tampoco sabe reconocer los suyos propios.

El humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que le rodean.

Sin humildad, no puedo progresar en la vida interior.

Pero la humildad no es algo que se tiene o no se tiene, sino algo que crece o disminuye; una cualidad que tengo que aprender, y que también puedo olvidar si no la cuido.

Ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo de tu gracia.

Jesús, enséñame a ser humilde, a volver a empezar una y otra vez si hace falta, con santa tozudez.

Que no me crea impecable, que no me alce por encima de los demás, pues cuanto más me alce, más fuerte será la caída.

Dame esa humildad de corazón, y entonces, ¿qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento?

Esta meditación está tomada de:
"Una cita con Dios" de Pablo Cardona.
Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona

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