Te invito a meditar ,con cinco minutos bastan:
La vida es como un eterno mecerse, hacia adelante, y hacia atrás.
Nunca detenerse en el centro, tan sólo una pequeña pasada por momentos de equilibrio, y luego camino al eterno columpio.
Recuerda esto a esas ancianas que se apoltronan en su silla mecedora y se pasan horas inclinándose hacia adelante, y hacia atrás. La mirada fija en el horizonte, como horadando en los recuerdos del pasado en un instante, y escrutando en las incertidumbres del futuro al momento siguiente, siempre meciéndose.
De repente la vida me inclina hacia delante, y mi mirada se fija en el horizonte, feliz de estar vivo. Son momentos donde todo parece perfecto, la vida me sonríe y acaricia suavemente, y me invade una sensación de seguridad y confianza. Hasta me parece increíble que tiempo atrás estuviera angustiado y triste. ¿Soy acaso la misma persona, soy yo mismo el que no veía más que los peligros y las tristezas de la vida? Me voy a dormir por la noche con paz en el corazón, y nada puede amenazar mi sueño.
De repente algo ocurre, y la vida se inclina hacia atrás. Avanzar parece imposible, estoy estaqueado contra el suelo, inmovilizado. Una pesada nube se cierne sobre mí, y los miedos y las angustias me sofocan. Mi pecho parece hundirse y querer ser absorbido por mi estómago, me doblo y hundo en la desesperanza. ¿Soy acaso la misma persona, era yo mismo aquel que lograba ver la vida con alegría y confianza? Me acuesto por la noche, y me duermo pesadamente.
Sin embargo, tras pocas horas de sueño profundo me despierto transpirado y lleno de angustias. La noche a mi alrededor parece un pozo sin fondo, por el que caigo sin lograr sujetarme de los riscos que pasan a mi lado mientras me hundo en las profundidades de la desesperanza y el desasosiego.
Me he caído y levantado tantas veces, que ya no me quedan ganas de seguir meciéndome. Cuando estoy en momentos de felicidad, me invade de repente la convicción de que irreversiblemente caeré nuevamente hacia el vacío de los miedos y la angustia. Y cuando estoy en el fondo del pozo, siento tanto cansancio que ya no sé como haré para trepar por las paredes escarpadas para subir a la luz y respirar nuevamente aire fresco. ¿Por qué me ocurre esto? ¿Acaso no hay algo que deba aprender en este eterno mecerme?
“Te basta Mi Gracia”, me dice el Señor en la voz de San Pablo, por lo que he aprendido a rezarle así a mi Buen Jesús:
"Gracias Señor por lo bueno y por lo malo que ocurre en mi vida. Lo bueno me recuerda Tu amor, lo malo me templa para merecerlo."
Si, mi Jesús. Cuando Tú me regalas el bien y la esperanza, acepto profundamente en mi corazón que sólo a Ti debo agradecer. Comprendo que debo sumirme en la humildad, en el pleno reconocimiento de que eres Tu el autor de todo lo bueno que viste mis días de luz. Mi mirada fija en el cielo, sonriendo a Tu sonrisa, mi agradecimiento transformado en un hilo que me une indisolublemente a Ti.
Si, mi Jesús. En los días en que la oscuridad se cierne sobre mí como tormenta amenazadora, me inclino ante Ti convencido de que es Tu Voluntad que me abrace a Tu cruz. Nada soy, en Ti me refugio seguro de que la hora de la prueba pasará, y volverás a darme Tu Gracia y envolverme en Tu Paz. Sin los dolores y angustias de la vida no lograría ser Tu amigo, porque sin cruz aceptada con amor no hay unión verdadera contigo.
Si, mi Jesús. He aprendido a ser feliz en los momentos de angustia porque sé que Tu me recogerás de esta noche de mi alma y me volverás a la luz. Y he aprendido también a descansar en los momentos de paz y felicidad, porque sé que es el refugio que Tú me prodigas para prepararme a enfrentar la próxima cruz. Solo te pido, mi Buen Jesús, que me des humildad en la hora de la abundancia y esperanza en la hora de la prueba. Lo demás, lo entrego a Tu Santa Voluntad, para que mi vida ilumine una sonrisa en Tu Divino Rostro.
Por eso te digo, a cada instante: Si, mi Jesús, si, mi Señor, por supuesto que si. A Ti te digo siempre que si.
La vida es como un eterno mecerse, hacia adelante, y hacia atrás.
Nunca detenerse en el centro, tan sólo una pequeña pasada por momentos de equilibrio, y luego camino al eterno columpio.
Recuerda esto a esas ancianas que se apoltronan en su silla mecedora y se pasan horas inclinándose hacia adelante, y hacia atrás. La mirada fija en el horizonte, como horadando en los recuerdos del pasado en un instante, y escrutando en las incertidumbres del futuro al momento siguiente, siempre meciéndose.
De repente la vida me inclina hacia delante, y mi mirada se fija en el horizonte, feliz de estar vivo. Son momentos donde todo parece perfecto, la vida me sonríe y acaricia suavemente, y me invade una sensación de seguridad y confianza. Hasta me parece increíble que tiempo atrás estuviera angustiado y triste. ¿Soy acaso la misma persona, soy yo mismo el que no veía más que los peligros y las tristezas de la vida? Me voy a dormir por la noche con paz en el corazón, y nada puede amenazar mi sueño.
De repente algo ocurre, y la vida se inclina hacia atrás. Avanzar parece imposible, estoy estaqueado contra el suelo, inmovilizado. Una pesada nube se cierne sobre mí, y los miedos y las angustias me sofocan. Mi pecho parece hundirse y querer ser absorbido por mi estómago, me doblo y hundo en la desesperanza. ¿Soy acaso la misma persona, era yo mismo aquel que lograba ver la vida con alegría y confianza? Me acuesto por la noche, y me duermo pesadamente.
Sin embargo, tras pocas horas de sueño profundo me despierto transpirado y lleno de angustias. La noche a mi alrededor parece un pozo sin fondo, por el que caigo sin lograr sujetarme de los riscos que pasan a mi lado mientras me hundo en las profundidades de la desesperanza y el desasosiego.
Me he caído y levantado tantas veces, que ya no me quedan ganas de seguir meciéndome. Cuando estoy en momentos de felicidad, me invade de repente la convicción de que irreversiblemente caeré nuevamente hacia el vacío de los miedos y la angustia. Y cuando estoy en el fondo del pozo, siento tanto cansancio que ya no sé como haré para trepar por las paredes escarpadas para subir a la luz y respirar nuevamente aire fresco. ¿Por qué me ocurre esto? ¿Acaso no hay algo que deba aprender en este eterno mecerme?
“Te basta Mi Gracia”, me dice el Señor en la voz de San Pablo, por lo que he aprendido a rezarle así a mi Buen Jesús:
"Gracias Señor por lo bueno y por lo malo que ocurre en mi vida. Lo bueno me recuerda Tu amor, lo malo me templa para merecerlo."
Si, mi Jesús. Cuando Tú me regalas el bien y la esperanza, acepto profundamente en mi corazón que sólo a Ti debo agradecer. Comprendo que debo sumirme en la humildad, en el pleno reconocimiento de que eres Tu el autor de todo lo bueno que viste mis días de luz. Mi mirada fija en el cielo, sonriendo a Tu sonrisa, mi agradecimiento transformado en un hilo que me une indisolublemente a Ti.
Si, mi Jesús. En los días en que la oscuridad se cierne sobre mí como tormenta amenazadora, me inclino ante Ti convencido de que es Tu Voluntad que me abrace a Tu cruz. Nada soy, en Ti me refugio seguro de que la hora de la prueba pasará, y volverás a darme Tu Gracia y envolverme en Tu Paz. Sin los dolores y angustias de la vida no lograría ser Tu amigo, porque sin cruz aceptada con amor no hay unión verdadera contigo.
Si, mi Jesús. He aprendido a ser feliz en los momentos de angustia porque sé que Tu me recogerás de esta noche de mi alma y me volverás a la luz. Y he aprendido también a descansar en los momentos de paz y felicidad, porque sé que es el refugio que Tú me prodigas para prepararme a enfrentar la próxima cruz. Solo te pido, mi Buen Jesús, que me des humildad en la hora de la abundancia y esperanza en la hora de la prueba. Lo demás, lo entrego a Tu Santa Voluntad, para que mi vida ilumine una sonrisa en Tu Divino Rostro.
Por eso te digo, a cada instante: Si, mi Jesús, si, mi Señor, por supuesto que si. A Ti te digo siempre que si.
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